La reciente película del Joker es, desde luego, una obra inquietante. Es difícil formarse una opinión de ella clara, más allá de su indudable brillantez como obra artística. Me llama la atención la capacidad de despertar empatía hacia uno de los villanos más desagradables de la ficción moderna. No estamos ante un Anakyn Skywalker empujado con engaños al lado oscuro, ni ante un Magneto, a la vez terrorista y liberador de su pueblo, ni ante un Galactus, más fuerza de la naturaleza que otra cosa. No, el Joker, sin un origen real claro que pueda explicarlo, es, básicamente, un monstruo. Pero la película, bien es cierto que a través de proveerle de dicho origen ausente, consigue que sintamos pena (una gran pena) hacia él.
La película ha sido criticada como panfleto incel o como manifiesto de extrema derecha. Es evidente que el Joker no es un libertador ni se encamina hacia una revolución emancipadora, Sus revueltas solo buscan el caos por el caos, la rabia de la destrucción sin sentido. Como decía Alfred Pennyworth respecto a otro Joker, aún más oscuro, "algunas personas solo quieren ver arder el mundo". Pero no olvidemos que el Joker es el villano de su propia historia. Claro que el personaje es mucho más un arquetipo de extrema derecha que no cualquier especie de revolucionario, pero eso no significa que la película, como obra artística, sea una apología de dichas posiciones.
De todas maneras, el motivo del presente escrito era detenerme en un detalle que me ha llamado poderosamente la atención. Es recurrente en las historias de la galería de villanos de Batman el recurso fácil a la "locura" de sus enemigos que, de hecho, no acaban en la cárcel sino en el hospital psiquiátrico de Arkham en busca de tratamiento. Y, en esta película, el Joker es también un enfermo mental, que ha estado ingresado y que necesita su medicación para mantenerse estable, medicación que el propio sistema, abandonando a los más necesitados, le niega en un momento dado. Pero, pese a ese diagnóstico previo de trastorno mental y pese a la falta de la supuestamente estabilizante medicación, para nada es el mensaje de la película (o así creo entenderlo) que esa enfermedad o esa ausencia de tratamiento sean la causa de la conducta del Joker. Al contrario, la impresión, todo el rato, es que cualquier persona, incluso sin diagnóstico ni necesidad alguna de tratamiento psiquiátrico, sometido a toda esa miseria, esos horribles malos tratos de niño, la influencia perniciosa de esa madre, la crueldad provocada por una sociedad fría y egoísta, como corresponde a las sociedades capitalistas neoliberales que todavía sufrimos y, por qué no decirlo, un cúmulo de mala suerte y malas decisiones, propias y ajenas... Cualquier persona, repito, por muy sana que estuviera previamente, caería en el más absoluto descontrol ante esa avalancha de miseria, dolor y soledad...
Para nada creo que la película estigmatice a los enfermos mentales como individuos potencialmente peligrosos. Antes al contrario, la película muestra cómo no es el trastorno ni la medicación o su falta lo que decanta al Joker hacia su sadismo definitivo, sino todo el sufrimiento que la sociedad, su familia y el mundo entero le provocan.